Localizaciones de "El Mundo de la Menina": El Alcázar de Madrid

Uno de los aspectos más difíciles para los escritores es tratar de recrear escenarios que ya no existen. Me explico: a lo largo de los siglos, escenarios que nos parece han estado siempre ahí, inmutables, tal como los conocemos, han experimentado sucesivas transformaciones. Versalles, en sus inicios, no era más que un pabellón de caza con fuentes insalubres; el Louvre fue aumentando en proporción, a medida que sus reales moradores iban sucediéndose en la Historia; incluso el Escorial fue mutando en cuanto a la disposición de los enterramientos. De sobras es conocido que Felipe II y Carlos V, inicialmente, debían ir enterrados bajo el altar mayor de la basílica y no en la cripta real que todos conocemos. 



Así, una de las localizaciones que más me costó recrear en la novela "El Mosquetero del Alcázar" fue el extinto Alcázar de Madrid.

La construcción se situaba donde hoy lo hace el versallesco Palacio de Oriente (y no lo llamo "versallesco" porque sí, ya que muchos lo consideran el Versalles español, aunque, para mí, es más versallesco el Palacio Real de la Granja de San Ildefonso).

En el tiempo en que transcurre la acción de "El Mosquetero", el Alcázar madrileño era morada de los reyes españoles desde que Felipe II había decidido trasladar la Corte de Valladolid a Madrid, si bien la dinastía Trastámara y los Austrias estuvieron siempre ligados a esta regia construcción. 

Enrique IV, el "Impotente", murió tras sus muros, cuando disfrutaba de una jornada de caza (que su muerte fuera natural o causa del envenenamiento que los detractores de su hermana, la Reina Católica, argumentaban, ya es otra historia). Fue, en gran medida, gracias a la intervención de Enrique III y Juan II (abuelo y padre del "Impotente", respectivamente) como la construcción musulmana que era el Alcázar fue adquiriendo su forma definitiva. Estos reyes fueron los que impulsaron la edificación de las cuatro torres y la capilla real. Asimismo, durante esta época, las Cortes del Reino se celebraban en el palacio, tal vez por su situación de equidistancia para con todo el territorio. 

Carlos, Rey y Emperador, tenía la intención de trasladar la Corte de las Españas a Madrid, deseo que materializó su hijo y heredero, el Segundo Felipe. Si bien, fue el Emperador el que impulsó la reforma más ambiciosa del edificio, anexionándole una nueva ala destinada a la Reina y a su servidumbre. Las nuevas dependencias rodeaban un claustro rectangular, con balconadas y arcos. Así, Carlos V quería demostrar el amor que sentía por su consorte y regente en multitud de ocasiones, Isabel de Portugal. No obstante, la prematura muerte de la Reina impidió que pudiera ver el fin de las obras. 



Fue el Rey Prudente, Felipe II, quien, como dijimos, dotó al Alcázar con su forma definitiva de Palacio Real. No sólo redecoró las salas y dotó de confort a las dependencias destinadas a la familia real, sino que también ordenó construir la famosa Torre Dorada. Este torreón presidía la arista suroccidental del Alcázar, estando rematado con un chapitel de pizarra, cuya factura cuadrangular recordaría a las torres del Real Sitio de El Escorial, que se estaba construyendo casi a la vez que las
reformas del Alcázar. También se dividió totalmente el ala del Palacio destinada al Rey de la de la Reina, quedando ambas unidas a través de sendos patios.






Durante los reinados de Felipe III, Felipe IV y Carlos II, tan sólo se realizaron leves reformas, que dotaron al Palacio de mayor brillo y armonizando la fachada principal en base a la estética de la famosa Torre Dorada. Carlos II, además, restauró la llamada Torre de la Reina, que ganó en armonía y simetría, asemejándose a la Torre de Felipe II. En lo que respecta a su interior, no se reformó en demasía, imperando el gusto austero típicamente castellano, con colgaduras de terciopelo, arcones de madera y azulejos (herencia portuguesa).



Sin embargo, con el reinado de Felipe V, el primer Borbón en el trono de las Españas, el Alcázar fue cayendo en decadencia. Se dice que este rey melancólico detestaba el sobrio castillo que iba a ser su residencia. Su añorado Versalles, en el que pasó los años de niñez y juventud, pesaban en su mente haciendo feo hasta lo más hermoso. Pese a que intentó, sin éxito, restaurar el interior, trasladando la estética puramente versallesca a sus frías estancias, el Rey seguía detestando Madrid. Llegó a calificar su nueva morada de odiosa, argumentando que olía a ajo y que era oscura y siniestra. Deseaba con toda su alma que el Alcázar desapareciera y él construirse un Palacio a la altura de un nieto del Rey Sol.

No tuvo que esperar demasiado...

En la Nochebuena de 1734, un pavoroso incendio redujo el Palacio de los Reyes de España a cenizas. Se dice que el incendio fue tan voraz que fundió los objetos de metal y plata, asolando con numerosas obras de arte que allí se custodiaban. Por el día festivo que era, los primeros en acudir para sofocar el fuego fueron los monjes del vecino convento de San Gil, que no dudaron en traspasar las puertas y tratar de resguardar el mayor número de cuadros, imágenes y objetos de valor posibles. "La Meninas" fue arrancada del marco, enrollada y arrojada por una ventana, al igual que innumerables cofres cargados de monedas de oro y plata. 



¿Y la Corte? El Rey Felipe V, su familia y su séquito se encontraban en el vecino Palacio de El Pardo celebrando la Nochebuena. Poco después, Felipe V ordenó al construcción del actual Palacio de Oriente, cuyas obras se extendieron por treinta años. 

Las malas lenguas argumentan que el incendio fue provocado. Motivado por el odio que su real esposo sentía por el Alcázar, la Reina, la astuta Isabel de Farnesio, movió los hilos para que éste fuera reducido a cenizas. La versión oficial, sostiene que el fuego fue accidental, iniciándose en las habitaciones del pintor de la Corte, Jean Ranc.

El caso es que el fuego se llevó con él los secretos del Alcázar de Madrid, miles de obras de arte (como la "Expulsión de los moriscos", de Velázquez), imágenes, parte del tesoro americano (traído a las Españas por los conquistadores)... Todo ello fue pasto de las llamas. Todo se perdió.

¿Por un descuido? ¿Una vela mal apagada?

 ¿Por el capricho de un Rey? 





Nunca se sabrá. 

Aunque, si queréis saber mi opinión, 

existe un capítulo de la serie de "El Ministerio del Tiempo" 

donde se aborda esta cuestión. 

Si queréis, visionadlo y disfrutad con esa teoría ;) 




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