Universo Menino: Apuntes sobre el personaje de Ana de Austria



Quienes habéis leído "La Menina y el Mosquetero", no dejáis de preguntarme por Ana de Austria. Os parece mentira que un personaje tan romántico como el que reflejó Dumas en sus inmortales "Mosqueteros" pueda parecer tan imperfecto a vuestros ojos, hasta el punto de pareceros odioso. Algunos, incluso, me decís,, que Aurora parece la única mujer culta e íntegra del libro, en detrimento de personajes como la propia Reina y su dama, Eugenie. Nada más lejos de la realidad.

En el caso de Eugenie, no era muy infrecuente que las damas que ascendían a puestos elevados con malas artes procedieran de los más bajos fondos, no sabiendo leer o escribir. De hecho, leer y escribir no se consideraban actividades refinadas en las altas esferas. Se esperaba de la mujer que pudieran traer hijos al mundo, educarlos y servirles de guía a través de las buenas obras que toda mujer cristiana debe impulsar. Especialmente, desde el seno del hogar. Un caso muy claro es la de la amante del Rey Luis XV, cuya amante, Madame Du Barry, presumía de haber sido meretriz de alto copete. Sin estudios o educación, la Du Barry ascendió en la escala social hasta codearse con lo más selecto de Francia. Fueron esas amistades las que la impulsaron a aprender, a moverse, a comportarse como una más; aun así, no era infrecuente que, en determinados momentos, demostrase una falta total de modales. Un ejemplo es la película de Sophia Coppola, "Marie Antoinette", donde Asia Argento, interpretando a una chabacana Du Barry, eructa en la mesa tras tomar champán. Puro chârme.

Hasta la fecha, no he desvelado los verdaderos orígenes de Eugenie, de dónde procede, ni tampoco cómo hizo para ascender. Ya lo haré, que no os quepa duda. Y será pronto ;)

En cuanto a la Reina Ana de Austria, fue la Reina Isabel la Católica quien inició la "tradición" de que las infantas debían tener una formación acorde a su condición de "siervas" de la Corona. Tal vez porque ella misma se consideraba poco formada para el cargo de reina, a pesar de tener una de las mentes más brillantes que sus contemporáneos vieron en mujer alguna. Así, en base a la escueta educación que ella recibió durante su infancia, dispuso que sus hijas tendrían los mejores preceptores. Aprenderían latín, lenguas romances, inglés y francés, además del castellano. También música, política y a saber llevar el manejo de su casa. Todo esto, tal vez, por la frágil salud del príncipe heredero, Juan de Aragón, muerto a los diecinueve años. Los Reyes Católicos querían asegurarse de que su descendencia estaría a la altura de las circunstancias en caso de que el destino se truncase y sus hijas fueran llamadas a ceñirse las coronas de Castilla y Aragón. Y no les faltó razón: primero, la infanta Isabel, tras la muerte de su hermano, fue nombrada Princesa de Asturias por las Cortes de Castilla; luego, y después de que la infortunada princesa muriera durante el parto de su único hijo, Miguel de la Paz, fue éste el heredero; y una vez muerto el pequeño (esperanza de unir las coronas de Castilla, Aragón y Portugal), fue llamada su tía Juana, apodada la Loca, a ocupar el trono de las Españas.



Tras ellos, Carlos V y Felipe II hicieron lo propio con su descendencia. De hecho, la hija que Felipe II tuvo con su segunda esposa, fue famosa por su inteligencia y por haber sabido regir el destino de las tierras de Flandes con acierto. Hablamos, por supuesto de Isabel Clara Eugenia, quien era tía de nuestra Ana de Austria. Durante mucho tiempo, y sobre todo por la fragilidad de los hijos de su padre habidos en su matrimonio con su prima y madrastra Ana de Austria (hija del emperador Maximiliano II de Austria), Isabel fue considerada como la heredera del Segundo Felipe. Algunos afirman que incluso existía un testamento del Monarca, hecho en sus últimas horas de vida, donde declaraba a su hija la heredera universal de sus reinos. Aun así, fue Felipe III el heredero.  Y fue la hija de este último la que hoy nos ocupa.

Sin embargo, para muchos sectores, Isabel Clara Eugenia habría sido la mejor candidata como Reina, digna heredera de su padre, su abuelo Carlos y su tatarabuela, de la que se enorgullecía por llevar el mismo nombre.

Pero volvamos a Ana de Austria.

Desde que se supo que la infanta española iba a ser la futura esposa de Luis XIII, el francés fue básico en su educación, junto con el latín, la música y las tareas propias del hogar. No fue preparada para tareas de Estado, pues su misión era ser reina consorte, dar hijos a la Corona. ¿Por qué, si otras reinas como Isabel de Portugal podían desempeñar la labor de regencia durante las ausencias del Rey? La razón es simple: por la mentalidad de la época. Y porque no se concebía que una mujer pudiera sustituir a un hombre (en ese, la mentalidad iba un poco para atrás). Asimismo, en Francia no se tenían precedentes de una reina en el trono de los Capeto y se argumentaba que todas las desgracias del país tenían nombre de mujer.

Así, Ana marchó a Francia, como moneda de cambio de una política de alianzas que también incluía el matrimonio de su hermano Felipe con la bella Isabel de Borbón, hermana de Luis XIV.


Desde el principio, el matrimonio de Ana y Luis XIV estuvo abocado al fracaso. El joven rey, tal vez por los tejemanejes de su ambiciosa madre, María de Médicis, y por los desmanes amorosos de su padre (al que, por otro lado, idolatraba), había generado una profunda antipatía hacia el sexo femenino, hasta tal punto que se decía que, en su noche de bodas, entró llorando a la cámara nupcial (y obligado) y salió riendo (aliviado por terminar con la tarea). A todo ello, se unía el recelo que le provocaba la reina por ser española. Y no es que Ana sintiera simpatía por Luis: lo consideraba el enemigo de su patria y el enemigo propio, por haberla privado de casi todo el séquito que la acompañaba a Francia, con excepción de su dama de compañía y un par de personas más. Pese a saber y dominar el francés, la antigua infanta de las Españas se empeñó en no hablarlo, usando para todo el castellano. Era una muestra de rebeldía, de su orgullo patrio. Algo que no hizo sino aumentar la fobia del Rey.

Así y todo, en los primeros siete años de matrimonio, Ana quedó embarazada dos veces. Y las dos terminaron en aborto. El primero, de manera espontánea; el segundo, a consecuencia de un traspiés sufrido en una alocada carrera al que la animó madame de Chevreuse por los pasillos del Louvre.

Desde entonces, el Rey la hizo culpable de no tener descendencia, acrecentándose el distanciamiento
entre ambos. Los supuestos amantes de la Reina (en los que se incluía su affaire con el duque de Buckingham) no ayudaron a fortalecer sus lazos con el Rey Luis, que se consideraba a sí mismo como el más ferviente defensor de la fe católica, llegando a tachar a su esposa de adúltera. No se sabe con certeza el número de amantes de la Reina. Algunos dicen que no tuvo, exaltando su carácter retraído y virginal; otros, argumentan que en los casi veinte años de matrimonio y más de diez de distanciamiento, tuvo algún que otro amante, no sólo el duque de Buckingham. Recordemos que George Villiers pasó sólo dos semanas en Francia y, en ese tiempo, a poco le daría tiempo (más, en aquella época, dada la vigilancia de la Reina). Aun así, no sería raro que, al igual que el rey tuvo amantes (masculinos y femeninos) la Reina tuviera en su haber alguna conquista. En parte, por indicación de su gran amiga, Marie de Rohan, madame de Chevreuse, quien la alentaba a ello para dar un heredero a la Corona (daba igual de qué modo, si el Rey no acudía a su lecho, ella debía recurrir a otros); por otro lado, para paliar su extrema soledad.

Tampoco ayudó la correspondencia que mantuvo con su familia, prueba que usó Richelieu para alejarla aún más de su esposo, arguyendo que actuaba como espía de las Españas. Eso le valió el destierro de la Reina a Val-de-Grâce (actualmente, un hospital).

Tal vez la llegada del cardenal Mazarino, sucesor de Richelieu, sirvió para poner fin a unos años de oscurantismo en la vida de Ana. Coincidiendo con los veinte años de matrimonio de los reyes, con la llegada de la reina a los albores de la cuarentena y (todo hay que decirlo) con la aparición de Mazarino, se forjó el esperado embarazo. En septiembre de 1638, venía el mundo Luis Dieu-donné (Diosdado), futuro Luis XIV. La versión oficial dice que fue fruto de un furtivo encuentro entre Sus Majestades, tras pedir cobijo el rey en la alcoba de la Reina, en una noche de tormenta. Las malas lenguas dicen que su verdadero padre fue Mazarino. Aun vendría otro hijo más, Felipe. Y, seguidamente, la muerte del Rey.


Ante la minoría de edad de Luis, quedó Ana como regente, apoyándose en las habilidades del cardenal. Éste, lejos de ejercer su mandato sin consultar a la Regente, se apoyó en la Reina, advirtiendo que su incapacidad inicial para gobernar no obedecían a la idiotez o a la desgana, sino a una falta completa de educación en materia de política y cuestiones de Estado. De Mazarino, aprendió Ana el arte de gobernar, el ser severa y flexible a la vez, conociendo Francia durante su mandato un periodo de estabilidad que sólo el movimiento de la Fronda estuvo a punto de empañar. Ahí, Ana estuvo serena, supo tener clemencia cuando fue pertinente y administrar castigos con la mano dura que la situación requería, evitando un derramamiento de sangre que hubiera podido compararse a la noche de San Bartolomé, donde hugonotes fueron masacrados por los regentes católicos. 

Esa etapa dorada donde Ana, por fin, brillaría como Reina y digna heredera de los Austrias, quedó empañada por un suceso escalofriante...

En 1666, Ana de Austria falleció por un cáncer de mamá fulminante (uno de los primeros diagnosticados de la historia). Dos años antes de su óbito, la Reina advirtió que la piel del pecho se le iba llenando de yagas y supuraciones. Los médicos sólo veían un remedio: cortar la piel del pecho, martirio que la Reina aguantó con una serenidad encomiable, aunque no dejaba de lamentarse de su suerte: "Normalmente, el cuerpo se pudre tras la muerte. Yo me pudro en vida". Y es que, a consecuencia de la enfermedad y las supuraciones, comenzó a emitir mal olor. El mal olor de la muerte.

Murió en París en 1666, poco tiempo después de su hermano Felipe IV y siendo la última superviviente de los hijos del Tercer Felipe. 


No la educaron para ser Reina, 

pero lo fue. 

Y demostró que las mujeres podían ocupar en la historia 

el mismo lugar que los hombres.





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